sábado, 25 de abril de 2009

Pandora...

Su mano repasó el suave algodón tensado, dibujó con sus ganas cada milímetro y con destreza colocó en su sitio la almohada. Increiblemente, un aroma a antigüedad inundó sus sentidos.
La oscuridad sufrió pensada. Quiso tocar el azabache de su pelo con destreza; ella no lo permitió. La luz inaudible de la lámpara volvio loca a la negrura aplastante, quería dormir. Tan a su pesar seguía pensando. No paraba de pensar y no dejaría de hacerlo. NUNCA.
Lo que ella empezó a considerar como tiempo, se habia convertido en una trivialidad, no deseaba que existiera, y aunque así fuera sido, nunca habría malinterpretado su significado. Era tan tarde que jamás volvería a su estado natural. Su naturaleza humana había muerto y el único resquicio que de ella le quedaba se encontraba a cinco metros, promulgando pasajes de su biblia pecaminosa, enroscando su lengua trémula y maldita bien hablada en los ojos de un joven trepador.

Había muerto su inquietante maldad, y aún sin embargo, quería continuar matándole. Una y otra vez.
Aligerando su peso continuó haciendo la cama, esperando que por casualidad algún día podría hundirse entre sus sábanas y desaparecer, como quien hace un truco de magia. Desvanecerse entre el blanco lino y el rojo terciopelo.


Suspiró.


Escuchaba las voces de la habitación de ÉL. Desesperante. De tanto dolor a veces se maltrataba. Ninguna parte de su cuerpo hablaba del tema. Simplemente se dejaba huir, cada herida era sanada, cada yaga curada; su corazón estaba maltrecho. No les importaba. Al menos a él no.
Maldito el día que quiso contentarle, fue estúpida. ¡Como pudo serlo!
No se dió cuenta en lo que se metía. Nunca fue feliz, pero nunca quiso serlo así. No de esta manera, y siendo lo que ahora era. La otra, la amante, la despechada. La tonta del culebrón, la asqueada, la madrastra, la malinterpretadora de frases, la interruptora. Esa, aquella, ésta, la de aqui, la de allá...



Alguien que no era y que nunca será.



No paraban de hablar. Ella tenía ganas de mandarles callar. Apretó con fuerza sus uñas contra la carne. Dolía, pero no quería parar, mantenerse en sus trece, podía superarlo, podía hacerlo.
Unas lágrimas corrieron sus mejillas. Lloraba de impotencia y de soledad. Se limpió con un pañuelo rápida, sin dejar que formaran un cerco de sangre en sus ojos.
No, su compañía a veces no servía para nada. Nombre de sus desdichas y hombre de su corazón apenas compartía fibras y algodón. Pocos metros cuadrados donde el amor flotaba en el otro cuarto, no en este.


Dió un respingo cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse, el susurro en el viento de sus pasos...
Estaba tan enamorada que lo sentía, hasta por la pequeña brisa del movimiento de sus manos cuando habla, manifestándose en contra de la timidez y la quietud. Incluso el magnífico sonido de los botones de su chaqueta.
Podía no disculparse ante la vida, de haber cometido errores y de haber perseguido un sueño eternamente, pero sin duda le daba gracias por la extensión de su brazo intrínseco; aquel que le permitía sentir, ver, tocar, probar, morder y bailar lo inmortal del plano del universo. Incluso llegar a pensar que la curva de su dedo meñique era superior al de cualquiera. O deducir tras mil relaciones de teoremas matemáticos, el grado de inclinación de su cabeza mientras lee Horacio.

Habia vuelto a perder la cabeza. Estaba tan al borde del éxtasis que todo lo pensado se convirtió en nube y voló sin rumbo presto de la lluvia.

- Pandora...

Siguiendo a los Perdidos...