viernes, 16 de octubre de 2009

Sybelle, toca La Appassionata lo más fuerte que puedas

Arrojé con fuerza el libro de “Sangre y oro” contra la pared. Sybelle se giró para mirarme con los ojos muy abiertos, y tomando a Benji de la mano, salieron del cuarto cerrando la puerta tras de si.
En cuanto me hallé solo, rompí a llorar con fuerza, abrazando uno de los almohadones contra mi pecho. Sabía que todos en la casa me estarían escuchando y que seguramente de un momento a otro entraría Bianca para intentar consolarme o Pandora para pedirme con su magnífica amabilidad que dejara de dar esos gritos, pero nada de eso sucedió. Di gracias interiormente a Sybelle por haberlas persuadido en su intento.

Me limpié un poco el rostro manchado de sangre con el dorso de mi manga y cerré los ojos tranquilizándome.

Pandora me había advertido cuando cogí el libro de Marius de la biblioteca que no debería leerlo, después también me lo dijo Bianca, luego Mael, Maharet, Khayman, Laurent… Pero había hecho oídos sordos, y en cuanto anocheció fui a mi cuarto, donde mi bella Sybelle y mi adorado Benji estaban jugando a las cartas.

Página tras página fui conociendo aquella faceta que mi maestro jamás había querido mostrarme, fui descubriendo los pequeños secretos que nunca quiso contarme, fui revelando el verdadero sentido de todas las cosas que me dijo… y pude leer con mis propios ojos que él no me había amado ni la décima parte de cómo amó a su esposa.

Yo ya lo sabía, hacía bastante tiempo en que ya me había percatado de ello, pero no había querido aceptarlo, no había sido capaz de creerlo, y cerré mis ojos ante aquella verdad aplastante. Pero una parte de mi necesitaba verla, palparla y aceptarla.

Un dolor lacerante estaba instalado en mi pecho. Leer aquello había sido mil veces peor que ver morir a mi creador, era peor que nada que hubiera conocido.

Yo ya sabía que para él no había sido más que uno más, también sabía que no era el único que había experimentado este dolor, sabía… demasiadas cosas. Pero nada de eso cambiaba el hecho de que a pesar de haber cesado de llorar, siguiera teniendo los ojos húmedos.

Necesitaba verle

Necesitaba que me dijera a la cara que aquello era verdad

Necesitaba que me mirara a los ojos.

Necesitaba verle.

Me levanté y salí de la habitación. En el salón estaban todos mirándome. Bianca se levantó corriendo a abrazarme, pero la rechacé y todos retiraron sus miradas intentando concederme un poco de intimidad… la necesitaba.

Caminé despacio, lento, con la cabeza gacha hasta la puerta que estaba buscando. Posé mi mano sobre el pomo y lo giré.

Marius estaba pintando, como siempre.

Llevaba su cabello dorado recogido en una suave coleta en la nuca. La bata de terciopelo rojo enmarcaba maravillosamente su cuerpo tan blanco como el invierno.
Siguió pintando como si no me hubiera escuchado, y esperó a que entrara y cerrara la puerta para girarse y dar la mínima señal de prestarme atención.

Su ojos cobaltos enmarcados en largas y rizadas pestañas se clavaron en los mios. Nunca había sido capaz de aguantarle demasiado tiempo la mirada, pero por esta vez, lo lograría:
- Amadeo

El susurro de mi nombre voló hasta mis oídos, y llegó hasta mi pecho, clavándose como la espina de una rosa, produciendo un dolor corto… pero devastador:
- Maestro, quería preguntarte…

- ¿Qué te ha parecido mi libro, Amadeo?- me cortó suavemente como si no me hubiera oído
Parpadeé varias veces y abrí la boca para contestar, sin emitir un solo sonido. Mi corazón inmortal palpitaba con fuerza y sentí mi piel enfriarse aún más de lo normal. Volví a cerrar lentamente los labios, no sabía que decirle.

- Acuéstate en la cama y quédate quieto, quiero dibujarte
Asentí y despacio caminé hasta el lecho, acomodé las almohadas y me recargué en ellas sin retirar ni por un momento mis ojos de los suyos.

- Desabróchate un poco la camisa, quiero pintar tu pecho
Levanté mis manos y obedecí, dejando que mis dedos rozaran levemente mi torso, deseando desvanecerme.

Marius sacó un nuevo lienzo, preparó los colores, y tomando uno de los pinceles comenzó a plasmarme como solía hacerlo antaño.

El tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta. Mi maestro era capaz de pintar a velocidades increíbles, y aunque solía hacerlo despacio, seguía siendo demasiado rápido para un mero mortal. Pero en esta ocasión lo hizo como cuando yo aún era un humano y no quería descubrirse. Cada pincelada, cada toma de color se movía a una lentitud desesperante, disfrutando de mi falta de paciencia, como había hecho siempre.

Miles de recuerdos acudieron a mi mente. Demasiadas veces había estado en aquella misma situación. Eché en falta sus sonrisas y guiños, sus “No te muevas, Amadeo”… eché en falta Venecia, eché en falta demasiadas cosas.

De pronto Marius se separó del caballete y rápidamente se colocó a mi lado. Había estado tan absorto en su mirada que me sobresalté. Sentí sus labios sobre mis ojos. Había empezado a llorar de nuevo sin que me percatara de ello.

Aquellos labios, tras besar mis ojos mojados, tras lamer el rastro de mis lágrimas, volaron a mis labios y atraparon mis suspiros. Mis manos se enredaron en sus lacios cabellos, y las suyas agarraron con fuerza mi cadera haciendo que nuestros cuerpos chocaran.
No ofrecí resistencia alguna, no podía, necesitaba volver a sentirme el humano que recogió en un burdel y creyó que Marius era su Dios.

Me tomó como tantas veces atrás lo había hecho. Me llenó de él y acalló mis gritos con sus besos.
Me quedé dormitando en sus brazos unas horas antes de levantarme. Le besé en la mejilla y cogí su bata antes de salir. Sentí el suave terciopelo sobre cada centímetro de piel de mi cuerpo desnudo.

Al llegar al salón solo quedaba Sybelle, sentada en la banqueta del piano, esperándome. Intenté dedicarle una sonrisa, pero fui incapaz. Me senté en el suelo a su lado y apoyé mi cabeza en sus piernas mientras comenzaba a acariciar mi cabellera con dulzura, ofreciéndome todo su cariño.
Escuché como Pandora se asomó al salón y me observó durante un rato. Después se dirigió al cuarto de Marius y comenzaron a discutir acaloradamente, pero tras un silencio…

-Sybelle, toca La Appassionata lo más fuerte que puedas.- murmuré

Ella no dijo nada, pero obedeció al momento, ofreciéndome sus fuertes notas en mis oídos.
Yo ya sabía que Marius era un ser excepcional, un ser que, según él y nosotros deseábamos creer, era capaz de amar apasionadamente a varias personas, y si nosotros le amábamos, debíamos a aprender a respetarle así…

Marius hizo el amor a Pandora en el mismo lecho donde no había pasado ni un día me lo había hecho a mi. Cerré los ojos y me concentré en el piano. Lo que sucedía en la habitación de mi maestro era algo que no estaba dispuesto a escuchar.

Siguiendo a los Perdidos...